Hay una frase hecha por
ahí que dice que nunca terminamos de conocernos pero yo soy más de
creer que nunca terminamos de desconocernos, sólo es necesario
rascar un poco y aparecerá una nueva capa que será modificada
irremediablemente al primer contacto con el exterior. Algunas capas serán
más resistentes que otras, pero si nos esforzamos en abrir nuestros
sentidos seguro que podremos distinguir algo que no encaja como
debería en todas y cada una de ellas.
Hace unos meses
reflexionaba sobre el tiempo y sobre su uso como “unidad de medida”
y la verdad es que cuanto más lo pienso más me doy cuenta de la
carencia de proporcionalidad entre tiempo y cambio, al menos en mi
caso. Si busco el camino que me guíe hasta la Solenia de hace tres
años pareciera que el viaje durara mucho más, y no digo nada si
quiero acercarme a la de hace diez años.
Hace poco más de dos
años y medio llegó a mis oídos, o más bien a mis ojos, por
primera vez la palabra “decolonialidad” y desde entonces mi mundo
no ha vuelto ser el mismo. Yo que creía que sabía lo que era ser
racista, me di cuenta de que no tenía ni la más mínima idea y que
todavía me quedaba (me queda) mucho, muchísimo por aprender. Pero
lo que más me sorprendió/indignó fue descubrir que después de 5
años estudiando una carrera que se supone me explicaría como
funcionaba el mundo (más o menos), nunca nadie me habló de lo que
era la colonialidad y de sus consecuencias.
Quizás el primer punto
de inflexión fue hace cinco años, cuando viajé a América Latina
por primera vez, pero ahí aún no lo sabía, y no lo sabía por eso
mismo, porque me faltaban recursos para entender, asimilar y encajar
piezas que en ese momento se escapaban a mi comprensión y
razonamiento occidental. Porque sí, soy una mujer blanca y
occidental, criada en el seno de la hegemonía cultural y racial, y
como tal gozo de ciertos privilegios que pueden ocultar todo un arco
iris de matices.
Yo que venía de una
tradición de pensamiento comunista, criada en un entorno familiar en
el que la conciencia de clase trabajadora ha estado siempre muy
latente, me encontré en esa situación de obsolescencia intelectual
en la que todas las herramientas de pensamiento e instrumentos de
análisis que había venido usando desde que recuerdo tener
conciencia política comenzaron a incomodarme. A veces sin darme
cuenta y otras veces teniendo que hacer un gran esfuerzo de revisión
y autocrítica, comencé a liberarme de mitos y leyendas y de toda la
carga simbólica y nostálgica que conllevaban. Ahora sé que ese
proceso nunca termina. En gran medida, estoy esperando con ansias el
viaje a Cuba porque sé que todavía queda algo (no sé si mucho o
poco) de esos relatos de mi imaginario ideológico, relatos
construidos a base de tertulias familiares, de leer discursos del Che
y escuchar trova. No es que yo pretenda renegar de todo lo que eso
supone, lo que quiero es deconstruirlo, des-esencializarlo y mirarlo
con mis nuevas lentes caleidoscópicas.
No obstante, quizás el
último año ha sido el más duro de todo este proceso, pues tuve que
extirpar algún que otro apéndice que me puso al borde de una
peritonitis emocional aguda. A ese último bofetón sin manos le
estaré eternamente agradecida, porque ahí, con todas las heridas
abiertas, (algunas casi tan viejas como yo y otras mas recientes) con
todas mis contradicciones encima de la mesa, ahí por fin comencé a
reconciliarme conmigo misma. Así que donde algunxs veis a una
feminazi radical yo veo a una mujer más libre, más consciente de sí
misma y en definitiva más feliz. Porque sí, deconstruirse es
doloroso y molesto, pero libera una barbaridad y no es que yo haya
sido indiferente a la desigualdad de género todos estos años, pero
mentiría si dijera que la entendía y la concebía del mismo modo
que ahora, por lo tanto, es un placer esto de desconocerse y
descubrirse cuando te rodeas de mujeres maravillosas que te ayudan a
convivir con tus contradicciones, a desprenderte de culpas impuestas
y que te hacen ver que no estás sola, ni mucho menos loca ;)
A seguir rascando capas!