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martes, 11 de abril de 2017

América la de verdad

Tengo que decir que después de mi última experiencia con la burocracia el pasado verano para renovarme el DNI y el pasaporte, cuando un funcionario me habló de sus verrugas axilares, lo último que me imaginaba yo cuando me levanté esta mañana era que mi visita a la Jefatura Provincial de Tráfico iba a darme para escribir una nueva entrada en el blog. Pero amigxs, el colonialismo es como Dios, está en todas partes  y cuando menos lo esperas... ¡ZAS! te da un bofetón.
Pues eso, en  medio de la odisea burocrática que significa irte a trabajar a otro país hoy tenía cita en tráfico para solicitar el Permiso de Conducción Internacional, para lo que por cierto y esto es otro tema, he tenido que hacerme 180 km de viaje. Una vez allí, llego a la ventanilla y tras especificar mi solicitud al señor funcionario éste entra en un bucle de despropósitos que incluyen lindezas como:

      - ¿A qué país te vas?
      - A Cuba
      - Ah, normalmente la gente lo pide para ir a América
      - Bueno, Cuba está en América
      - Pero América la de verdad
      - ¿Cuál es esa América?
      - Ya sabes, la de siempre, Estados Unidos. ¿Has estado ya en Cuba?  Me imagino que será como Canarias pero más grande.
      - Teniendo en cuenta que hay unos pocos de miles de Km de por medio y que más allá de las conexiones migratorias que tengan han tenido una historia totalmente distinta, alguna diferencia habrá...
      - Bueno, qué más da si para nosotros todos los latinoamericanos son iguales.

Imaginad mi popopopopopopoker face cuando este señor ha soltado toda esta maravillosa e históricamente contrastada verborrea. Osea, ¿cómo es posible que alguien diga tal barbaridad como "América la de verdad"? ¿Qué pasa?  ¿es que acaso a partir de Ciudad Juárez todo es cartón piedra y yo no me he dado cuenta? ¿Y qué es eso de "para nosotros todos los latinoamericanos son iguales"?
Partiendo de la premisa colonial de que los Estados-nación son una invención blanca y criolla y que la creación de identidades nacionales fue un proceso homogenizador promovido desde las élites para sostener y jalonar una sociedad que diera sentido y sustento a toda esa maquinaria política puesta en marcha y así opacar cualquier vestigio o señal de diversidad étnica y cultural, me pregunto ¿qué significa que ahora desde occidente diluyamos esas identidades nacionales?
Pues significa, al menos desde mi entender, que estamos haciendo lo mismo una y otra vez, y bueno, por mucho que las identidades nacionales hayan sido una construcción blanca, la realidad es que existen, que están ahí y no reconocer esta diversidad deviene en la misma mierda  cosa de siempre: yo opresor diluyo tu identidad para minar tu soberanía y deslegitimarte.
Así que he llegado a la conclusión de que cuando no tenemos suficiente con la colonialidad, la colonizamos de nuevo, es decir nos volvemos despóticamente redundante y COLONIZAMOS LA COLONIALIDAD, y este esquema de pensamiento está tan invisiblemente incrustado en la sociedad que de repente vas una mañana sacarte un carnet de conducir y te ves envuelta en esta conversación que se que algunxs tomarán como trivial, pero que en realidad expone y visibiliza todo lo podrido que está fondo.
Y esta no es una dinámica de pensamiento nueva ya que fue Mariátegui quien dijo que durante mucho tiempo, en la lucha del movimiento indígena para exigir el reconocimiento de sus derechos colectivos e individuales, se ha tratado (y se trata) de utilizar en su contra esta unión nacida de la injusticia y la opresión  para deslegitimar las diversas alteridentidades presentes en los distintos Estados, pretendiendo hacer  parecer que todxs son lo mismo.
En resumen, después de todos estos años seguimos mirando el mundo con las mismas lentes y creo que ya es hora que vayamos a una óptica decolonial y nos hagamos con unas progresivas que nos ayuden a ver tanto de lejos como de cerca.



lunes, 27 de marzo de 2017

¡Joder si duele la deconstrucción! ¡Pero qué sana es!


Hay una frase hecha por ahí que dice que nunca terminamos de conocernos pero yo soy más de creer que nunca terminamos de desconocernos, sólo es necesario rascar un poco y aparecerá una nueva capa que será modificada irremediablemente al primer contacto con el exterior. Algunas capas serán más resistentes que otras, pero si nos esforzamos en abrir nuestros sentidos seguro que podremos distinguir algo que no encaja como debería en todas y cada una de ellas.
Hace unos meses reflexionaba sobre el tiempo y sobre su uso como “unidad de medida” y la verdad es que cuanto más lo pienso más me doy cuenta de la carencia de proporcionalidad entre tiempo y cambio, al menos en mi caso. Si busco el camino que me guíe hasta la Solenia de hace tres años pareciera que el viaje durara mucho más, y no digo nada si quiero acercarme a la de hace diez años.
Hace poco más de dos años y medio llegó a mis oídos, o más bien a mis ojos, por primera vez la palabra “decolonialidad” y desde entonces mi mundo no ha vuelto ser el mismo. Yo que creía que sabía lo que era ser racista, me di cuenta de que no tenía ni la más mínima idea y que todavía me quedaba (me queda) mucho, muchísimo por aprender. Pero lo que más me sorprendió/indignó fue descubrir que después de 5 años estudiando una carrera que se supone me explicaría como funcionaba el mundo (más o menos), nunca nadie me habló de lo que era la colonialidad y de sus consecuencias.
Quizás el primer punto de inflexión fue hace cinco años, cuando viajé a América Latina por primera vez, pero ahí aún no lo sabía, y no lo sabía por eso mismo, porque me faltaban recursos para entender, asimilar y encajar piezas que en ese momento se escapaban a mi comprensión y razonamiento occidental. Porque sí, soy una mujer blanca y occidental, criada en el seno de la hegemonía cultural y racial, y como tal gozo de ciertos privilegios que pueden ocultar todo un arco iris de matices.
Yo que venía de una tradición de pensamiento comunista, criada en un entorno familiar en el que la conciencia de clase trabajadora ha estado siempre muy latente, me encontré en esa situación de obsolescencia intelectual en la que todas las herramientas de pensamiento e instrumentos de análisis que había venido usando desde que recuerdo tener conciencia política comenzaron a incomodarme. A veces sin darme cuenta y otras veces teniendo que hacer un gran esfuerzo de revisión y autocrítica, comencé a liberarme de mitos y leyendas y de toda la carga simbólica y nostálgica que conllevaban. Ahora sé que ese proceso nunca termina. En gran medida, estoy esperando con ansias el viaje a Cuba porque sé que todavía queda algo (no sé si mucho o poco) de esos relatos de mi imaginario ideológico, relatos construidos a base de tertulias familiares, de leer discursos del Che y escuchar trova. No es que yo pretenda renegar de todo lo que eso supone, lo que quiero es deconstruirlo, des-esencializarlo y mirarlo con mis nuevas lentes caleidoscópicas.
No obstante, quizás el último año ha sido el más duro de todo este proceso, pues tuve que extirpar algún que otro apéndice que me puso al borde de una peritonitis emocional aguda. A ese último bofetón sin manos le estaré eternamente agradecida, porque ahí, con todas las heridas abiertas, (algunas casi tan viejas como yo y otras mas recientes) con todas mis contradicciones encima de la mesa, ahí por fin comencé a reconciliarme conmigo misma. Así que donde algunxs veis a una feminazi radical yo veo a una mujer más libre, más consciente de sí misma y en definitiva más feliz. Porque sí, deconstruirse es doloroso y molesto, pero libera una barbaridad y no es que yo haya sido indiferente a la desigualdad de género todos estos años, pero mentiría si dijera que la entendía y la concebía del mismo modo que ahora, por lo tanto, es un placer esto de desconocerse y descubrirse cuando te rodeas de mujeres maravillosas que te ayudan a convivir con tus contradicciones, a desprenderte de culpas impuestas y que  te hacen ver que no estás sola, ni mucho menos loca ;)

A seguir rascando capas!