Hay pesares que nos acompañan toda la vida, dolores sempiternos que nunca terminan de abandonarnos. Son como las enfermedades crónicas, a veces se silencian por un tiempo pero nunca sabes cuando puede volver a aparecer un brote.
Hay heridas que nunca terminan de sanar, cambian de lugar y de forma, pero siguen estando ahí, dejando cicatrices.
Hay momentos en los que el dolor se transforma en el brillante ingeniero que ancla tus miedos y socava los cimientos construidos con tanto esfuerzo. Las fuerzas flaquean y el sufrimiento deja de ser subyacente para ser evidencia. Todo se tambalea y las certezas se vuelven dudas y las dudas se vuelven certezas.
Hay días en los que la decepción se vuelve casi una enfermedad y el cinismo coloniza incluso los territorios más resistentes de nuestro ser, de nuestro estar, de nuestro parecer. Y ahí, cuando sientes el vacío y la caída es casi inminente, alguien te sostiene...
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