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viernes, 24 de junio de 2016

Reencuentros


Te dedico esto a ti, amiga. No podría describir con palabras lo que han significado para mí estas dos semanas; gracias por acompañarme en este intenso viaje, y ambas sabemos que no me refiero a latitudes geográficas.

Las palabras no se las lleva el viento, las palabras construyen puentes indestructibles. He aquí nuestro puente, nuestro cadáver exquisito...


Un pensamiento se expande por todo el cuerpo, que me apresa dentro de sensaciones, aperturas y cerrazones de ficción; una ficción propia en la que cada uno de nosotros vive y que parte del centro de las cosas o lo que es lo mismo, de su génesis, que no son más que los abismos que están en nuestra cabeza, y que aunque se presenten como una pluralidad, en el fondo no es más que uno solo: la interrogación continua, la interpelación a todo eso que se encuentra en lo más profundo de nuestro ser, de nuestro estar, de nuestro parecer, que a través de su naturaleza copulativa nos muestra  la certeza absoluta de que morimos cada noche para volver a nacer en la mañana posterior y que cada día puede ser un nuevo comienzo.
Nuestra cabeza se torna vagabunda, ¿para qué preguntarnos sobre el ahora? El ahora es infinitamente mejor vivirlo con los pies descalzos para poder sentir la tierra entre nuestros dedos, que despiertos se enroscan entre ellos y nos hacen conscientes del estoico existir de nuestros pies, implacables cimientos que nos sostienen cuando nuestras fuerzas flaquean. 
Se acortan y se expanden los espacios que nos empeñamos en habitar a pesar de lo inhóspito de su naturaleza que, aunque quieta y nauseabunda, nos despierta a la vida. Siempre habrá tiempo para dormir hasta desaparecer de nosotros mismos y así,  regresar al punto de partida para ver el camino recorrido que se construirá nuevo e inédito y que a medida que caminamos  tomará laberínticos derroteros, enredándonos y guiándonos a latitudes desconocidas de nuestro ser. 
El aturdimiento al que nos sometemos no es más que el efecto que produce la mirada al fondo del agua, protagonista de de la paradoja existencial de la humanidad: vida versus muerte. 
Debemos aprender de la experiencia de Narciso y no dejar que nuestro reflejo nos deslumbre y nos ciegue ante otro modos de existir.
La vida es poliédrica, caleidoscópica, policromática. Nosotros elegimos las lentes con que mirarla. 

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